El 17 de noviembre tuvo lugar una huelga en las universidades de Barcelona. Quejándose por las "retallades" del Govern en la enseñanza pública, los estudiantes se convirtieron, por un día, en piquetes. En la Universitat Autònoma de Barcelona alrededor de cien pasaron la noche en la Facultad de Política. Durante todo el día entorpecieron la actividad docente y se pararon para la manifestación, a las seis de la tarde. Iremos publicando las crónicas de cómo fue avanzando ahí diariamente.
Pancarta del hall de la facultad
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A las seis de la mañana, las luces de las aulas-dormitorio de la facultad de ciencias políticas se encendieron. Fue obra de los madrugadores, que arruinaban sueños de pocas horas. Los más espabilados daban divertidos golpes a los que seguían durmiendo con una sonrisa marcada por el cansancio. Algunos se quedaban un rato en un punto intermedio, metidos en saco, con las palmas bajo el cogote y la vista clavada en el techo. A medida que la luz iba cuajando se oía el rumor de las conversaciones crecer paulatinamente.
Los encargados de la comunicación con el exterior ya publicaban actualizaciones en twitter. Arrastrando los pies y alargando los pasos, los recién despertados se dirigían cual autómata a la cocina. Ahí, el escaso de brick de leche voló a cucharazos de café en polvo; las galletas y el zumo fueron la gran alternativa de los que no llegaron primeros. Algunos, hambrientos, se abalanzaron sobre la exuberante fuente de cuscús de la noche anterior. En los pasillos, los estudiantes se saludaban tímidamente, embozados en sus chaquetas y sudaderas.
Al lado de la entrada principal de la facultad estaban las codiciadas máquinas expendedoras. Entre ellas, había dos máquinas de café, aunque solo funcionaba una. Al terminarse la leche se convirtió en el principal proveedor de café: a su alrededor se acabaron formando varias tertulias. Dos mujeres de la limpieza salieron de la nada y se pusieron a charlar con algunos jóvenes. Cada uno explicó su particular epopeya de la noche anterior. Borja, estudiante de Séneca, explicaba, vaso en mano, que por haber llegado tarde a los dormitorios, sobre las tres y media, tuvo que ir a la facultad de letras e instalarse en un pasillo. La luces se encendieron una hora y media después, a las cinco; desde entonces, estaba en marcha. “Me he pegado un buen chute de café”, decía entre risas.
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