El 17 de noviembre tuvo lugar una huelga en las universidades de Barcelona. Quejándose por las "retallades" del Govern en la enseñanza pública, los estudiantes se convirtieron, por un día, en piquetes. En la Universitat Autònoma de Barcelona alrededor de cien pasaron la noche en la Facultad de Política.
Al llegar al control del ticket, un piquete que, envalentonado por el ambiente, se dispuso a saltarlo. Un guardia le llamó la atención y les abrió: “No hace falta que hagas eso”, le advirtió. Movido por los mismos motivos, volvió a intentarlo a la salida, con idénticos resultados. El numeroso grupo se dividió en dos y, haciendo caso omiso a lo que les dijo el encargado, se instaló delante del primer ferrocarril que paró ahí, proveniente de plaza Catalunya.
El
encargado les propuso que, a cambio de que ellos dejaran de
obstaculizar las vías, él se encargaría de que ningún tren se detuviese
en la estación de la universidad. “Lo que queréis es que la gente no
suba a clase, no hace falta perjudicar a los trabajadores”.
Tras
una rápida deliberación, los estudiantes declinaron la oferta; los
pasajeros no tardaron en saltar a la vía y quejarse. “¡No es justo! Es
mi primer día de trabajo después de tres años en paro y llegaré tarde”,
se lamentaba una mujer.
Los manifestantes argumentaban que se trataba de un día de huelga, excepcional,
y pedían un poco de flexibilidad. “El día que a usted le bajen su nuevo
sueldo, señora”, respondió una joven de veintiséis años, “nosotros le
apoyaremos cuando salga a la calle”. Un pasajero, que grababa y hacía
fotos con su iPhone les preguntó con malicia si alguno trabajaba. La
misma chica contestó: “Yo estoy en un laboratorio de la autónoma y no se
me remunera por mis investigaciones, cuando está obteniendo un
beneficio”.
A
las nueve menos cuarto, cuando el otro grupo se reunió con el blocus,
volvieron a la plaza central para dividirse en facultades para sabotear
clases. Los de la de comunicación subieron por la hemeroteca, que les
servía también como biblioteca. En la entrada, un trabajador arreglaba
la maqueta bajo una impávida mirada que resultó siendo recíproca.
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